jueves, 4 de octubre de 2007

¿PORQUE ME DESENTERRASTE DEL MAR?


Nunca supe que era boliviano hasta que cumpli siete años. Desde 1982 hasta 1984,mi familia vivió en México. Antes de mi vida en México, todas mis memorias de infancia se limitaban a extraños fogonazos perdidos en el tiempo. Recuerdo haber ido a la guardería, que una vez me disfracé de gato, que jugaba en el patio con la sirvienta, que vivíamos en casa de mi abuela. Pero los recuerdos de los 0 a los 4 años, ni siquiera cuajan como recuerdos. No sé si me entienden . Son imágenes que parecen salidas de un sueño, donde las siluetas no están definidas, y los colores son difusos. Extraños, como las fotografías viejas. Para mí, México era la realidad. Bolivia, nada más que un sueño.


Regresar a Bolivia fue un extraño reencuentro. Fue recuperar una melancolía que no sabía que era mía, y que sin embargo me acostumbré a llevar puesta, como las omnipresentes prendas de lana que abrigaban mi pequeño ser, acostumbrado a los calores de la gran Tenochtitlán. El exilio de mis padres había terminado. El mío no había hecho más que empezar. Echaba de menos a México como Rafael Alberti echaba de menos su mar desde la sierra de Madrid, y me preguntaba porqué me habían transplantado y me obligaban a echar raíces en el duro suelo del altiplano.


Llegamos a Bolivia en tiempos difíciles, cuando Siles Suazo era presidente, y se avecinaban los tiempos de escasez, la inflación galopante, las colas para el pan. Gran parte de mi aprendizaje sobre cómo ser boliviano, fué el aprender en clase que habíamos sido, lo que habíamos tenido y lo que habíamos perdido y jurar en el patio ante la bandera que algún día recuperaríamos lo que nos había sido arrebatado. Es francamente tétrico el escuchar voces infantiles cantando himnos de guerra. Y yo creo que me los sé todos, y creo que los he cantado todos. Y más de una vez. Mi favorito era
"tricolor, tricolor, nuestro hermoso pabellón
Por el cual, daremos, nuestra vida y corazón,
como hijos de Bolívar y de Sucre libertador,
defendamos nuestro suelo, arrojando al invasor..."


¿La recuerdan ? Y cuando la profesora nos llevó a visitar el Museo del Litoral , yo, que siempre he adorado los museos, sentí un miedo espectral al visitar ese museo diminuto, aunque me fascinó el contraste entre el bronce repujado de los botones y la tosca arpillera con la que habían cosido las chaquetas.

Y ahí estaba el cuadro en la pared. El valiente colorado. Aquello que todos los niños bolivianos debíamos aspirar a ser algún día. Nos tomó más tiempo formar filas fuera de la puerta que entrar y salir del museo. Y salimos con un extraño alivio por regresar a claes. ¿Niños de siete años que prefieren estar dentro del aula en lugar de salir? Extraño verdad.
Una vez en casa, intenté dibujar lo que había visto en el museo. Pero no me fué posible hacerlo. No es posible admitir la derrota cuando tienes siete años. No es posible concebirla siquiera. Si perder un partido de fútbol ya era razón suficiente como para que el mundo se haga pedazos. Pero el visitar un museo dedicado a una guerra perdida tiene un impacto casi universal..


Ese día aprendí que ser boliviano y sentirse boliviano no es nada fácil. Desde luego es mucho más
fácil sentirse mexicano, o chileno, o americano. Pero ser boliviano es un desafrío constante. Y esa es una de las razones por las que "Pisagua" ha visto la luz.
Porque para empezar, "Pisagua" es un exorcismo. Casi todas las obras sentidas lo son.

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