viernes, 4 de abril de 2008

ANGELES


Ha llovido mucho, y ha pasado mucho, y he vivido mucho, y por eso no he escrito mucho.

Pero de un tiempo a esta parte he recibido extrañas visitas. Visitas casuales que el destino puso en mi camino.

Una taxista habladora, que me habló clara y concisamente cómo evitar y subsanar el preciso problema que pesaba en mis hombros como una tonelada de ladrillos.

Una funcionaria en el ayuntamiento donde fuí a tramitar la preinscripción de mi hijo en la escuela, que me contó su vida y me dijo exactamente lo que tenía que hacer.

Un chico misterioso que me siguió por la calle tres manzanas después de escucharme tocar el acordeón en una esquina, y que me dió un compact disk de un grupo de rock norteño llamado "Fuga", que he sido incapaz de dejar de escuchar.

La visita mágica, inasible y anárquica de una prima mía que vive en Madrid, que se materializó en mi piso, me puso la vida patas arriba, y me dejó sonriendo y feliz en una estación de buses.

Y mi hijo. Mi hijo querido. Siempre mi hijo.

Y conversar, conversar con el encargado de la copistería, con el camarero en el restaurant, con el vecino en el autobús, con el vecino en la escalera.

Decir no por primera vez, sabiendo que no había marcha atrás, y que estaba tomando un riesgo infinito.

Estoy viviendo intensamente.

Pero eso no quiere decir que os haya olvidado.

Es sólo que he recibido las visitas de muchos ángeles.
El mío se llama Leviah.