lunes, 30 de diciembre de 2013

LA CÚPULA VENUS



La primera vez que ví la Cúpula Venus, supe inmediatamente que si no me daba prisa en regresar, sería también la última.
Parecía imposible, dados los tiempos que corren, que un lugar como el Club de billar Monforte no tuviera los días contados. Debo de haber ido ahí entre unas diez o veinte veces y habría diez o veinte veces más. Sin embargo, en las últimas tres excursiones que hice a la Rambla baja, me encontré con las puertas cerradas.
“Normal- pensé- el abuelo estará de vacaciones y regresará la semana que viene”,  aunque también cabía la posibilidad de una jubilación, una enfermedad, una defunción o que el club echara el cierre para que algún gilipollas pusiera un H&M.  Este año ya pasó otro tanto con la librería Canuda y la Documenta está en capilla, pero es algo que nunca había pasado antes con un club de billar.
Si las cosas se hicieran con la milenaria sapiencia china para el traspaso de bares, no habría problema. En un bar de chinos, los parroquianos son los mismos de antes y los borrachitos son los de siempre. Los únicos cambios son un calendario chino en la pared y una camarera oriental que en más de una ocasión ha despertado al seductor ibérico que muchos abueletes llevan dentro.
Ajeno al trajín de la rambla baja, el Monforte era un remanso de paz donde hasta los meaderos tenían personalidad. Unos gigantescos orinales modernistas con baldosas para poner los pies y aliviarse como todo un señor. Cuando jugaba el Barca, todas las mesas de billar estaban ocupadas. Los pakistaníes elegían siempre la misma mesa cerca de la ventana, para fumar cigarrillos y disfrutar del fresco.  A menudo venía un americano de brazos tatuados que cogía la mesa del centro y hacía tiros imposibles y los viernes siempre caía alguna feroz estudiante de la Massana encaramada en creepers de doble suela y seguida por su bonito ligue británico o noruego para jugar al ping pong.  A veces se estaba tan bien ahi que hasta la voz de Rihanna tenia clase, ya que lo único malo del Monforte era la estacion de radio que elegían las noches de partido.
En tardes de resaca o angustia existencial, la cúpula Venus era un búnker contra el mundo exterior, aunque por la ventana abierta se colara la discusión de dos vecinas rumanas que hacían gala de su enciclopédico conocimiento de obscenidades en castellano para disfrute del barrio en pleno.
 Y ahí estaba el jefe, cocinando los bocadillos sin prisa. Dándote las cajas de bolas y los tacos doblado por el uso, pidiéndote el DNI que te devolvía al terminar la partida. Ir al Monforte era como visitar a un pariente querido y achacoso al que recuerdas en tus oraciones antes de irte a dormir.
Y un mal día, el Monforte echó el cierre.
No es la primera vez que pierdo una sala de billar. La última fué la Violeta, donde además de billares habían como tres o cuatro espléndidos futbolines de modelo catalán que te daban algo así como ocho partidas por Euro. Poco después, con la remodelación, se olvidaron de la parte más genuina del lugar, y ahora esos billares y futbolines sólo pueden verse fugazmente en una secuencia de la película “Salvador” por culpa de algún imbécil que decidió convertir el lugar en un remedo de guardería donde hasta los niños se aburren.
De la cada vez más pija, cultureta, gafapástica y lindyhopera Vila de Gràcia ya nada me sorprende. Pero me duele ver cómo desaparece esa Rambla canalla de corazón de oro. Se elimina a los pajareros, se ignora a los floristas, se margina a las estatuas humanas y se estandardiza a los pintores. Me da la impresión de que algo muy bello y muy querido se nos va y se nos va para siempre y demasiado aprisa. Ya lo dijo Sisa en su momento. Las Ramblas ya no existen, y desde que el Monforte se fué, existen aún menos que antes. Aunque todavía están el Cazalla y el Bar Pastís, aunque a este ultimo da miedo ir porque parece que al dueño le ofende la presencia de cualquiera que entre por la puerta.
Poco después del cierre del Monforte, me enteré de que habian vuelto a abrir el club en La Sagrera. No tiene Cúpula Venus ni meaderos modernistas, pero ahí están los amigos. El abuelo sigue poniendo las bebidas con la calma de siempre y mi hijo y yo caemos ahí los viernes por la tarde.
Que Barcelona se está yendo a la mierda junto a toda la península ibérica con o sin consulta independentista no es ninguna novedad. Que el billar es simple, y a las cosas simples las devora el tiempo es verdad de perogrullo...
Pero que el Monforte sigue en pie es una buena noticia de las que escasean. Así que, parafraseando al hermano menor de Mafalda, supongo que todavia “Se puede vivir”  porque si el Monforte resiste, yo también puedo hacerlo.

jueves, 12 de diciembre de 2013

MI ESTOMAGO YA NO ES LO QUE ERA

En la calle Sant Pau hay un lugar donde venden unos bocadillos enormes a dos Euros. Los hacen con las sobras de los donners de pollo, esos trozos que llevan horas cociéndose en su propia grasa. El lugar queda frente a un estudio de tatuajes y echan todo el día películas pakistaníes mal subtituladas.

Aunque el pollo y el pan no hacen buen maridaje, ni fríos ni calientes ( menos que sea pan de maíz, pero para eso debes ir al sur de los Estados Unidos), con mayonesa y picante el asunto funciona, y además tienes la oportunidad de quedarte con cara de idiota mirando películas salpimentadas con espléndidas muchachas morenas de hombros y vientres de infarto cantando las canciones más extrañas y todas siempre tienen  la misma voz.

Quizás sea que me estoy haciendo viejo, pero últimamente los donners me sientan mal.  También es cierto que algunas están tan secos y mal hechos que a veces la carne parece las virutas de un lápiz tajado.

En mi caso, lo realmente vital debería ser dejar de beber tanto, pero no creo que mi estómago sea el de antes, y eso que siempre estuve orgulloso de no tener problemas estomacales, que son de los peores. Humillantes y malolientes, allá donde más duele.Así que sólo por si acaso, creo que el próximo donner que me coma será el último donner de mi vida, lo cual me entristece, porque los donners siempre fueron parte de mi juventud Barcelonina.

Lo que sí tengo seguro, me coma o no más donners, es que nunca sabré cómo terminan estas pelis de Bollywood, porque no tengo cuatro horas y media para quedarme a verlas y porque el subtitulado es sencillamente criminal .


miércoles, 11 de diciembre de 2013

HIBERNAR CON LOS OJOS ABIERTOS

La jornada comienza indefectiblemente con un caos de contrapesos. Con olvidos de una u otra cosa y con una casi planificada descoordinación de todo cuanto debes llevar o no llevar a tu trabajo.

Camino del metro, si es que aún te quedan viajes en la T-10, el morral te molesta tanto si lo cuelgas de un hombro como si lo llevas en bandolera. Los zapatos están mal anudados o arden en deseos de liberarse de los cordones, que se abren como bombas de racimo en el peor de los momentos, y no me tires de la lengua con la hebilla del cinturón; ese malévolo artefacto que ora te lastima a través de la camisa, ora decide holgarse repentinamente como si hubiera adelgazado mientras dormía o le declara la guerra a mi ombligo y se afana en hundirse en él.  Desgraciadamente, absorto como estaba en tales molestias, no reparo en que algún imbécil hablando por el teléfono se ha colado conmigo y pasa por mi lado como si yo fuera parte del mobiliario urbano. Cuélate si quieres, no me molesta, pero por lo menos hazme un gesto de agradecimiento.

En fin....

Hibernando con los ojos abiertos, sigo la ruta de siempre sin fijarme casi en ella, como un ratón en uno de esos laberintos en miniatura que utilizan en los laboratorios. Sólo que al final del laberinto no encontraré nada que me interese. Por el contrario, me dejé el premio en casa, pero uno no puede llevarse su cama a todos lados.

Mientras tanto, la conversación de las vecinas del andén, particularmente estúpida e histérica, me llega amplificada por la acústica del túnel y todo cuanto en su momento no fué incómodo o pesado, ahora lo es y mucho más que antes.  Alguno sube escuchando música con los cascos a un volumen tan exagerado, que me resulta increíble pensar que en algún momento de mi vida yo hice lo mismo y no pienso entrar en el apartado del festival de aromas porque en alguna ocasión yo también entré al vagón apestando a chotuno. A veces el vagón está tan lleno que no puedes moverte cuando la gente baja en su estación, y no falta el capullo de turno que te suelta un " ¿qué? ¿te bajas o no?"  que te deja apretando los dientes e imaginando el recital pugilístico gratuito a cuenta de ese infrahumano que le ofrecerías al personal si el mundo fuera un lugar perfecto. En otras ocasiones hay poca gente, pero en esos momentos tienes la sensación de que alguien se te queda mirando demasiado tiempo, o la vecina de al lado está tan pero tan buena, que terminas lastimándote los ojos de tanto mirarla de reojo.

Decididamente, a cierta hora de la mañana, pertenecer al género humano no es más que un sueño inalcanzable.

Acostumbro llevar un termo lleno de café en el morral. En días como ese, se me olvida llevarlo. Y la imagen de ese termo caliente enfriándose en la cocina mientras yo cabeceo de sueño, se burla de mí.  A veces, cuando hay dinero y me siento sofisticado y sibarita, llevo té verde.  A veces el termo quema a través de la tela del morral ( lo que quiere decir que el morral es barato y ordinario) o le da por cerrarse mal y gotear  contra mi abrigo. Afortunadamente esto me pasa muy de vez en cuando.

En el vestíbulo de la estación donde me bajo, solía esperar un yonqui que se te acercaba hasta situarse a un palmo, mirándote fijamente a los ojos con cara de mala hostia y te preguntaba con furia si tenías un Euro.  Este asalto matutino  me tenía tan de los nervios que a veces tenía fantasías en las que averiguaba qué tal sonaría el metal del termo al impactar contra el tabique nasal de ese pobre desgraciado.

Afortunadamente nunca lo averigué.

martes, 10 de diciembre de 2013

DOS DEDOS DENTRO

Si ayer estaba echando truenos, hoy las cosas están mucho mejor. Supongo que los días como el de ayer son el equivalente existencial a reventarse los granos frente al espejo.

Pero hoy el día comenzó bien aspectado.  Descubrí, camino del trabajo, que el croissant que había comprado a ciegas en la panadería de la esquina era de mantequilla y no industrial. Si Dios está en los detalles, este fué uno a tener en cuenta. También llevaba un termo de café y eso es un consuelo. No soporto el café de la máquina. No sólo es malo y no despierta ni nada, sino que te mancha los dientes y sale tan caliente que el vaso de plástico empieza a ceder cuando lo coges y tienes la sensación de que terminarás quemándote la mano.

Y una quemadura con este frío debe de ser nfernal. Porque el frío resulta insoportable. Es como chapotear en una piscina de agua helada. Las rodillas empiezan a quejarse en sordina, premonición siniestra de lo que harán dentro de veinte años, ( si es que sigo vivo para entonces) y  el dolor en la piel es tan real como ilocalizable. Es como si me doliera todo y no supiera dónde empezar a quejarme.

Hoy, a eso de las diez y media, una señora entró a la Sagrada Familia, avanzó hasta donde estaba el medallón en el suelo y se dobló en cuatro y en silencio. La dejamos hacer, evidentemente,  porque estaba rezando y no intentando sacar una fotografía en nonacromía pentadecadimensional como hacen algunos cuyo único dios parece ser el objetivo de sus cámaras.

Media hora más tarde se puso de pie y le sacó una fotografía al altar. Le pedí por favor que se sentara y me cogió las manos, me dijo que había venido desde Brasil para agradecer un favor de Dios y me obligó a tocar su cabeza, donde sentí que faltaba un trozo de cráneo del tamaño de una tapa de botella. Con dos dedos míos, que ella había introducido con fuerza en el interior de su cabeza, la señora me contó que le habían extirpado un tumor y que había venido a dar las gracias, mientras yo sentía algo moverse bajo su cuero cabelludo, tal vez fueran sus ideas.

Luego se fué, con esa suave y alegre coquetería que tienen los brasileños, y yo me quedé avergonzado pensando en que los problemas que tengo son en realidad tonterías histéricas cuando se comparan con los problemas de los demás.

lunes, 9 de diciembre de 2013

LUNES NEGRO

Despertar con frío es una mala manera de despertar.
También lo es despertar sólo cuando no se quiere estarlo. O despertarse una hora antes de que suene el despertador y no poder volver a dormirse. O despertarse con lumbago y tener que apoyarse en el hombro para poder enderezarse, ya que es imposible levantarse doblando la espalda.
O despertar después de una horrenda discusión con tu expareja.

Pero despertarse con todas las contraindicaciones arriba citadas es más que una injusticia. Es una broma pesada de Dios. Y eso que ayer no esperaba que me mordieran y no soltaran. Pero es que ayer alguien quería sangre y me tocó a mí el servicio de proveedor.

El mal humor hace honor a su nombre.
Uno siente que en lugar de sangre tiene un fluido espeso y maloliente que se atasca en las esquinas, se agolpa en las sienes, detrás de los ojos y en las articulaciones, y dura una eternidad, durante la cual uno vuelve a fantasear en esa aneurisma venida de ninguna parte que lo terminará todo en un estalido sin dolor ni efectos secundarios. Un momento estás aquí y nadie te hace caso. Al momento siguiente todo el mundo está en tu funeral, hablando de todo lo bueno y maravilloso que eras.

Y vas caminando como si estuvieras bajo el agua, con la saliva espesa como cola de carpintero y una mirada que no puede evitar transmitir que si por tí fuera, hoy el mundo podría acabarse.

Pero ha sido una decisión consciente y consistente. He alcanzado la miseria emocional porque a lo largo de toda mi vida me pareció injusto ser feliz, habiendo como hay tanta gente desgraciada. Ahora no creo que nadie pueda echarme en cara que la vida es injusta. Demasiado bien lo sé.  Pero la miseria no se soluciona eligiendo ser miserable. Y hay más de un millón de gente con mala suerte que daría cualquier cosa por estar en mi lugar.

Y aún así, este lunes iré con la mala sombra como un grillete, atrapando malas vibraciones como un papel matamoscas.  Sin ir más lejos, acabo de recibir una llamada anónima que me decía que se moría por mis huesos y que debía llamarla.  Respondí para cantarle las cuarenta y me pusieron en espera. La broma debe de haberme costado como diez Euros.

En fin, la vida es dura y luego te mueres. Pero las cosas malas ( y las cosas buenas) deberían estar repartidas entre cada día en lugar de caer todas en montón cuando menos te lo esperas.

En fin.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

AFILANDO COLMILLOS

Llega un momento en el que empiezas a pensar en los posibles lugares donde florecerá el cáncer que acabará contigo. En el miedo a terminar siendo un abuelo mendigo con cuatro duros en la cuenta de ahorros con un poco de suerte.
 
Y el mayor miedo, ahora como hace ya tanto tiempo no es la página en blanco, sino la ausencia de una página.

No me gusto a mí mismo cuando no escribo, cuando no dibujo, cuando no me cuento algo.  Pero cuando tengo la mirada de aquel que dejó plantado al demonio en el cruce de caminos, cuando olvido que tengo una bandeja de entrada y dejo de esperar mensajes como quien espera a un tren en una estación de vía muerta, me reconozco y me reencuentro y me siento invencible.

Es como regresar del infierno con  el escudo a la espalda después de aprender a sonreír como quien muerde una bala. Recordar abyecciones pasadas y anotar mentalmente que una vez más mi ángel de la guarda estuvo haciendo horas extras y se merece un aumento de sueldo.

Y volver sacar la novela del cajón, y atormento el papel, dibujo, garabateo, borro y vuelvo a dibujar, porque aunque no pedí estar maldito con esta bendición, no hay droga más dura que la de encontrar tu verdadera pasión. No existe nada como quedarse absorto ante un lienzo que no se deja domeñar pero que poco a poco nos va desvelando lo que se resiste a entregar como una stripper cuyo liguero vas llenando de billetes o arrancarle una historia a una página en blanco que poco a poco empieza a dictarte aquello que quiere que grabes en su piel.

Vuelvo a ser una golondrina rezagada que atraviesa tempestades; un brote diminuto que resiste el paso de un huracán; alguien que aún sale a la lucha sabiendo que todo está perdido, pero que hay derrotas que saben mejor que la victoria cuando estás decidido a morir mordiendo.

viernes, 22 de noviembre de 2013

THIS TIME BABY I WILL BE BULLETPROOF

Esta mañana, camino del trabajo, mi andar cotidiano se vió asaltado por un tifón de aromas de laca, pelo tostado y perfume barato que emanaba de la puerta entreabierta de un salón de belleza.  Eran dos peluqueritas -una más mona que la otra aunque la otra estaba mucho más fornida y maniobrable- que hablaban de cosas de peluqueras monas y fornidas aferradas a sendos vasos de café con leche y cigarrillos manchados de carmín. Mientras, dentro del local vacío,  Laroux comunicaba al mundo su decisión de ser inmune a las balas en una radio puesta a todo volumen, y van a ser ya siete horas que estoy con la canción en la mente y no se me va de la cabeza.

En inglés este fenómeno se denomina earworm; gusano auditivo.  Afortunada metáfora, porque es la sensación exacta que se tiene cuando se es víctima de una posesión sonora. Tener una canción metida en la cabeza es como si un bicho molesto y repugnante te hubiese entrado por el meato acústico externo para establecerse en tu mente a perpetuidad. Es como el vecino molesto que no puedes evitar. Como ese insoportable comercial a puerta fría que interrumpe tus mejores momentos para hablarte de pólizas de seguros. Como ese empleado de vaya uno a saber qué oenegé que te interrumpe en plena calle con fingido buenhumor. Sea una buena o una mala canción, cuando un gusano auditivo ha decidido entrar en tí, no existe fuerza humana o divina que pueda franquearle el paso.

 El ciclo vital de estos engendros sonoros dura un par de horas o un día como mucho. Entran por tus oídos los tengas o no tapados y se alimentan de tus pensamientos como un parásito que chupa tus jugos y esencias con obscena fruición hasta reventar de hartazgo.Si la canción es buena o medianamente potable no resulta demasiado traumático; pero si te toca la china y se te pega algún bodrio que Dios nos coja confesados. No importa lo que hagas para dejar de tararear la cancioncita de marras no te dejará en paz aunque finjas que no te importa. En estos casos lo más aconsejable es entrar urgentemente al primer locutorio que encuentres y zambullirte en youtube para escuchar esa canción que tanto te atormenta. He comprobado accidentalmente que el único exorcismo efectivo contra un gusano auditivo consiste en enfrentarlo consigo mismo. Es como un monstruo que huye aterrado tras mirarse en un espejo y nadie sabe adónde va. Supongo que ataca a otro anfitrión involuntario que se verá obligado a soportar una mala canción resonando en su mente durante horas sin fin. Pero ese es un misterio que no me interesa resolver. No me interesa saber adónde van a parar los gusanos auditivos. Lo único que me importa es que no regresen. 

Afortunadamente Laroux me gusta, y las dos peluqueritas de esta mañana me hicieron gracia ( una más que la otra he de añadir)  de modo que si esta vez me ha tocado la fortuna de no tener que lidiar con un gusano auditivo particularmente repugnante, no tengo reparo en pasarme todo el día cantando aquello de:

This time baby I´ll beee bulleeeeeeetproof.

http://youtu.be/NQdC7h609k8