martes, 27 de noviembre de 2007

STARLOTTE COATES


Empecé a interesarme seriamente por los cómics cuando vivíamos en Cambridge. En ese entonces yo era un devoto adorador de los Cure. Tenía todas sus cintas, (Desde Three Imaginary Boys hasta Wish, que fué el álbum que echaron ese año)
También tenía cosas de Siouxsie and the Banshees y los Bauhaus, y fué en Cambridge donde descubrí a los Clash y a Morrisey. Los Smiths fueron un descubrimiento posterior y totalmente casual.


Mi vida sexual no había comenzado siquiera, y mi vida romántica era bastante extraña. Entablé una amistad desesperadamente profunda e intensa con una skinhead comunista huérfana de novio, ( el machote se había ganado un viaje con todos los gastos pagados al reformatorio, vaya uno a saber porqué)
Se llamaba Starlotte, pero yo la llamaba Cozette porque me hacía recuerdo a la niña del afiche de Les Miserables.


La había visto un par de veces por los corredores del instituto, pero jamás me animé a hablar con ella. Sabía cómo se llamaba porque era amiga de un conocido. Pero eso no era suficiente para acercarse a ella.
Un buen día, la alarma de incendios saltó en el instituto y todo el mundo se echó las mochilas al hombro y salió al sol de Septiembre, contentos de haber escapado a la rutina. Entonces la ví recogiendo flores en los jardines del campus. La extraña visión de una flacucha mal rapada con botas horribles de puntera metálica, tirantes rojos colgando a los lados y una grasienta chaqueta militar recogiendo flores como una Laura Ingalls post-apocalíptica me conquistó por completo, así que me armé de valor y fui a hablar con ella, como en la canción de los Bad Manners .
La llamé por su nombre y ella me sonrió, y aunque tenía los dientes amarillos de nicotina, y los labios mal pintados, nunca ví una sonrisa tan preciosa. Cuando una mujer te sonríe con sinceridad, quedas completamente a su merced.


Con el tiempo, nos hicimos amigos. En las tardes de invierno, bebíamos jarabe para la tos y hojeábamos “ La Balada de la Dependencia Sexual” y “Modern Primitives” . Compartíamos larguísimas conversaciones (y lo que es más importante , larguísimos silencios), y bebíamos galones de café en el Au Bon Pain.
En la superficie éramos amigos, pero teníamos dieciséis años, y a esa edad eres un caldo de hormonas. A mí me faltaba la fuerza varonil que a ella tanto la atraía, no era la clase de tío que fuese a cogerla por los flecos, doblarla sobre una cama y poseerla como un sátiro, lo que probablemente le habría gustado ( y a mí también, seamos claros). Y además la compañera tenía un novio durísimo y tatuadísimo entre rejas que algún día saldría en libertad.

Por su parte, a ella le faltaba ternura y languidez femenina que me gustaban a mí, y se frustraba violentamente al no entender qué relación nos traíamos entre manos. Atrapados en esa estúpida situación contracultural, a una edad en la que los adolescentes normales retozan como cabritos en celo, una tarde de Noviembre Cozette me dijo que me enseñaría a pelear y terminamos pegándonos como dos estibadores borrachos en mitad de su habitación. Cozette barrió el suelo conmigo y después se arrodilló a mi lado, jadeante, con la mirada ausente, la frente perlada de sudor, agotados , doloridos, extrañamente calmados e incluso contentos. Terminamos fumando cigarrillos en su cama como si hubiésemos acabado de hacer el amor. Y en cierta forma lo hicimos. Sin saber cómo.


Pero cuando eres nómada, tu vida no es más que una colección de adioses. Y un día Cozette y yo quedamos en vernos por última vez. Sin embargo ese día, mi familia había reservado una excursión en barco para ver ballenas en la bahía de Boston. Esa sería nuestra despedida de Boston antes de regresar a Bolivia. Huelga decir que me negué en redondo y que tuvimos una escena con mis padres de las que hacen historia.
Pero a la mañana siguiente, enfurruñado y triste, terminé haciendo cola en el embarcadero junto a mi familia, condenado a pasármelo bien con mis padres y hermana, mientras mi última oportunidad de ver a mi amiga a solas se esfumaba. A mis espaldas, escuché a dos señoras hablando sobre lo conveniente que sería tomar una pastilla contra el mareo antes de embarcar. Media hora después, metido en el barco en mar picado y sin posibilidad de regresar al puerto hasta bien entrada la tarde, entendí el porqué y de la peor manera.

Creo que vimos a cuatro ballenas escasas en toda la tarde que estuvimos a bordo del barco, que se movía como una atracción de feria, pero a las dos horas de viaje, ya había perdido la cuenta de cuántas veces había vomitado, o de cuántas veces había vomitado todo el mundo a mi alrededor. El barco olía tan mal que todos tuvimos que salir a cubierta, pero hacía tanto frío que tuvimos que volver a entrar, y el barco se movía tanto, que no dejé de vomitar toda la puta tarde.
Y así terminó la más extraña historia de amor que he tenido en toda mi vida. Con la cabeza metida en un retrete atascado por los desayunos semidigeridos de una tripulación de jubilados. Desde entonces, cada cierto tiempo busco a Cozette por internet, pero no he vuelto a saber nada de ella.
¿Qué tiene que ver esto con Pisagua? ¿ Y yo qué sé? Me gusta recordar. Y me gusta recordar a Cozette. Espero que ella también se acuerde de mí de vez en cuando. Y espero que, allá donde esté, sea muy pero que muy feliz.
Oi!

1 comentario:

sara jensen dijo...

hi. i am looking for my old friend starlotte coates. do you know where she is?
my name before i was married was sara bresnahan.
sarabee@gmail.com