viernes, 14 de septiembre de 2007

LA CALAVERA DE MELGAREJO


Cuando te pones a pensar en un tema que, ( para decirlo de la manera más rotunda posible) Jodió para siempre la historia de tu país, y ese pensamiento se hace constante y se convierte en obsesión, terminas cogiéndole cariño al tema, por muy absurdo que parezca.


En un afán de conseguir que mi cómic sobre Pisagua fuese lo más cercano posible a la realidad, zambullí de cabeza durante mucho, muchísimo tiempo, en los libros de historia y memorias de un sinnúmero de historiadores chilenos y peruanos, ya que conocía la labor de los historiadores bolivianos, y decidí contrastar las tres versiones.


Huelga decir que, debido a nuestra crónica manía sudamericana de exagerar las cosas, muchas de estas crónicas eran verdaderos arrebatos de fantasía patriótica y poesía de parvulario como las crónicas de Encina o Molinare. En otras relaciones de la batalla, es evidente la intención de dorar la píldora para convertir una derrota en una retirada estratégica, como en el parte del general Villamil, y otras crónicas, como la de Estanislao del Canto, ofrecen una visión ecuánime dentro de su laconismo militar.


Pero siempre está presente el elemento de la fantasía, el adornar la realidad. El exagerar el número de los enemigos, las hazañas de unos y otros, el valor desplegado por los "nuestros" y la cobardía artera "del enemigo". Este es un defecto crónico de la historiografía de la Guerra del Pacífico, y ha contribuído en gran medida a que aún a día de hoy, tema marítimo aparte, Perú, Bolivia y Chile se encuentren en una especie de "guerra fría" de lo más absurda.


Y hete aquí que un día, pensando en qué es lo que haría después de Pisagua, se me ocurrió que no estaría mal una novela gráfica sobre Mariano Melgarejo. Sus brutalidades, sus borracheras, sus arranques de violencia y sus arranques de ternura. Su amor de macho cabrío, sus monumentales estupideces, su copa de oro para beber chicha, el fusilamiento de su camisa, sus decepciones políticas y amorosas, su descenso a los infiernos y por encima de todo, su hirsuta calavera.


Miren, la calavera de Melgarejo tiene pelo y tiene barba. Por sí sóla ya sería una magnífica contraportada.


Cuando mi obsesión con Pisagua haya terminado, ( con los últimos dos fascículos que falta publicar), tengo una cita con la calavera de Melgarejo.


Nos lo vamos a pasar bien.

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