domingo, 28 de septiembre de 2008

DOMINGO VIRICO Y LA ROSA DE VERSALLES



Son casi las ocho de la noche y es Domingo.

Llevo una extraña fatiga, un punto blanco en la lengua, la garganta agotada por la tortura de toser hasta arrojar el alma y noches en vela por el asma que me visita, tortura, se aleja y regresa con renovadas ganas de hacerme jadear.

Resumiendo, que no me encuentro bien.

Me encuentro tan mal, que las risas ajenas me duelen como insultos, que me miro desde afuera con los ojos entrecerrados, que camino las calles como un alma en pena. Me encuentro tan mal que nada me entusiasma, excepto el ponerme a dibujar cuando todo el mundo duerme.

Me encuentro tan mal que me echaría a llorar de puro aburrimiento.

¿Será que mañana es lunes, y ha llegado la hora de poner los sueños en pause?

El barrio se va llenando del aroma a patatas fritas de cenas domingueras improvisadas antes de regresar al trabajo?

Mañana no me espera la oficina, sino la búsqueda infructuosa de un trabajo para apuntalar mi vida en alguna dirección no catastrófica, así que no se trata de eso. Y tampoco de la inquietud del desempleado. No estoy desempleado, tengo dos clientes y puedo conseguir alguno más. Es sólo que nada se está moviendo.

Tampoco es la crisis económica que en mi caso es profesional, sentimental, existencial, sexual, marital, laboral, monetaria e incluso estética, ya que de un tiempo a esta parte no aguanto mi reflejo en el espejo ¿En qué estaría pensando cuando compré la ropa que llevo puesta?

Tampoco es una negra noche del alma, sería feliz si tuviera mil euros asegurados de por vida cada mes. Mis preocupaciones no son tan elevadas. En realidad soy un tipo bastante mediocre.

Lo que pasa es que me cogí un virus al recoger a mi hijo de clase.

Debe ser eso. Octubre suele ser el mes de las gripes, la bronquitis, los dolores musculares, los litros de agua bebidos con determinación guerrera, las largas reflexiones sobre la muerte, las preguntas solitarias mirando al cielo raso sobre si lo que tienes es realmente una gripe o sida o cáncer o alguna siniestra enfermedad degenerativa que además de corromper el alma y dejarte convertido en un guiñapo, te tiñe de color beterraga con perfume a coliflores hervidas.

Días de preguntarse si morir ahorcado duele mucho, si lo mejor sería tirarse de un cuarto piso, si tendría el valor de pegarme un tiro, si existen venenos indoloros, si el ahogamiento dura mucho tiempo, si cortarte las venas en la bañera funciona. En mi caso no lo sé, porque no tengo bañera y no tengo los huevos para cortarme las venas...

y darte cuenta algo así como una semana más tarde de que toda esta catástrofe galáctica ha sido provocada por un organismo microscópico que de alguna manera se asentó en tu organismo y decidió tener un affaire contigo.

Con lo preferible que habría sido una vulgar aventura extramarital de verdulería y no este romance microscópico que me está dejando hecho trizas...

En fin, que de esta crisis sólo puede sacarme algo que mole un huevo.

Y lo encontré, por casualidad, en ese oasis de recuerdos llamado You Tube.

Algún santo patrono de los freakies se subió no sé cuántos capítulos de "Lady Oscar" en su página, y desde hace una semana que me siento por las noches a rememorar esas tardes frente al televisor cuando un Andrés Indaburu de catorce años se derretía de amor silencioso por esa rubia andrógina y malhumorada vestida de granadero.


En fin, soy un ama de casa un poco triste, como en la canción de Rockdrigo, pero esta noche tengo una cita con la Rosa de Versalles. Y te sugiero que borres esa sonrisa de tu cara, porque aunque no me sepa cuáles son tus secretos, estoy seguro de que los tienes y mucho peores que los míos.

Asi que al a mierda el Domingo, el virus y la planificación de un suicidio que una vez más ( y lo siento mucho amigos) no llegará.

Pero hay tiempo. Y quizás un autor muerto en trágicas circunstancias venda más que un autor que vive plácidamente. A excepción de King y la bruja que escribió Harry Potter, claro está.




1 comentario:

Jorge Siles dijo...

no estás solo Andrés, saludos desde La Paz