lunes, 9 de diciembre de 2013

LUNES NEGRO

Despertar con frío es una mala manera de despertar.
También lo es despertar sólo cuando no se quiere estarlo. O despertarse una hora antes de que suene el despertador y no poder volver a dormirse. O despertarse con lumbago y tener que apoyarse en el hombro para poder enderezarse, ya que es imposible levantarse doblando la espalda.
O despertar después de una horrenda discusión con tu expareja.

Pero despertarse con todas las contraindicaciones arriba citadas es más que una injusticia. Es una broma pesada de Dios. Y eso que ayer no esperaba que me mordieran y no soltaran. Pero es que ayer alguien quería sangre y me tocó a mí el servicio de proveedor.

El mal humor hace honor a su nombre.
Uno siente que en lugar de sangre tiene un fluido espeso y maloliente que se atasca en las esquinas, se agolpa en las sienes, detrás de los ojos y en las articulaciones, y dura una eternidad, durante la cual uno vuelve a fantasear en esa aneurisma venida de ninguna parte que lo terminará todo en un estalido sin dolor ni efectos secundarios. Un momento estás aquí y nadie te hace caso. Al momento siguiente todo el mundo está en tu funeral, hablando de todo lo bueno y maravilloso que eras.

Y vas caminando como si estuvieras bajo el agua, con la saliva espesa como cola de carpintero y una mirada que no puede evitar transmitir que si por tí fuera, hoy el mundo podría acabarse.

Pero ha sido una decisión consciente y consistente. He alcanzado la miseria emocional porque a lo largo de toda mi vida me pareció injusto ser feliz, habiendo como hay tanta gente desgraciada. Ahora no creo que nadie pueda echarme en cara que la vida es injusta. Demasiado bien lo sé.  Pero la miseria no se soluciona eligiendo ser miserable. Y hay más de un millón de gente con mala suerte que daría cualquier cosa por estar en mi lugar.

Y aún así, este lunes iré con la mala sombra como un grillete, atrapando malas vibraciones como un papel matamoscas.  Sin ir más lejos, acabo de recibir una llamada anónima que me decía que se moría por mis huesos y que debía llamarla.  Respondí para cantarle las cuarenta y me pusieron en espera. La broma debe de haberme costado como diez Euros.

En fin, la vida es dura y luego te mueres. Pero las cosas malas ( y las cosas buenas) deberían estar repartidas entre cada día en lugar de caer todas en montón cuando menos te lo esperas.

En fin.

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