martes, 10 de diciembre de 2013

DOS DEDOS DENTRO

Si ayer estaba echando truenos, hoy las cosas están mucho mejor. Supongo que los días como el de ayer son el equivalente existencial a reventarse los granos frente al espejo.

Pero hoy el día comenzó bien aspectado.  Descubrí, camino del trabajo, que el croissant que había comprado a ciegas en la panadería de la esquina era de mantequilla y no industrial. Si Dios está en los detalles, este fué uno a tener en cuenta. También llevaba un termo de café y eso es un consuelo. No soporto el café de la máquina. No sólo es malo y no despierta ni nada, sino que te mancha los dientes y sale tan caliente que el vaso de plástico empieza a ceder cuando lo coges y tienes la sensación de que terminarás quemándote la mano.

Y una quemadura con este frío debe de ser nfernal. Porque el frío resulta insoportable. Es como chapotear en una piscina de agua helada. Las rodillas empiezan a quejarse en sordina, premonición siniestra de lo que harán dentro de veinte años, ( si es que sigo vivo para entonces) y  el dolor en la piel es tan real como ilocalizable. Es como si me doliera todo y no supiera dónde empezar a quejarme.

Hoy, a eso de las diez y media, una señora entró a la Sagrada Familia, avanzó hasta donde estaba el medallón en el suelo y se dobló en cuatro y en silencio. La dejamos hacer, evidentemente,  porque estaba rezando y no intentando sacar una fotografía en nonacromía pentadecadimensional como hacen algunos cuyo único dios parece ser el objetivo de sus cámaras.

Media hora más tarde se puso de pie y le sacó una fotografía al altar. Le pedí por favor que se sentara y me cogió las manos, me dijo que había venido desde Brasil para agradecer un favor de Dios y me obligó a tocar su cabeza, donde sentí que faltaba un trozo de cráneo del tamaño de una tapa de botella. Con dos dedos míos, que ella había introducido con fuerza en el interior de su cabeza, la señora me contó que le habían extirpado un tumor y que había venido a dar las gracias, mientras yo sentía algo moverse bajo su cuero cabelludo, tal vez fueran sus ideas.

Luego se fué, con esa suave y alegre coquetería que tienen los brasileños, y yo me quedé avergonzado pensando en que los problemas que tengo son en realidad tonterías histéricas cuando se comparan con los problemas de los demás.

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