miércoles, 27 de noviembre de 2013

AFILANDO COLMILLOS

Llega un momento en el que empiezas a pensar en los posibles lugares donde florecerá el cáncer que acabará contigo. En el miedo a terminar siendo un abuelo mendigo con cuatro duros en la cuenta de ahorros con un poco de suerte.
 
Y el mayor miedo, ahora como hace ya tanto tiempo no es la página en blanco, sino la ausencia de una página.

No me gusto a mí mismo cuando no escribo, cuando no dibujo, cuando no me cuento algo.  Pero cuando tengo la mirada de aquel que dejó plantado al demonio en el cruce de caminos, cuando olvido que tengo una bandeja de entrada y dejo de esperar mensajes como quien espera a un tren en una estación de vía muerta, me reconozco y me reencuentro y me siento invencible.

Es como regresar del infierno con  el escudo a la espalda después de aprender a sonreír como quien muerde una bala. Recordar abyecciones pasadas y anotar mentalmente que una vez más mi ángel de la guarda estuvo haciendo horas extras y se merece un aumento de sueldo.

Y volver sacar la novela del cajón, y atormento el papel, dibujo, garabateo, borro y vuelvo a dibujar, porque aunque no pedí estar maldito con esta bendición, no hay droga más dura que la de encontrar tu verdadera pasión. No existe nada como quedarse absorto ante un lienzo que no se deja domeñar pero que poco a poco nos va desvelando lo que se resiste a entregar como una stripper cuyo liguero vas llenando de billetes o arrancarle una historia a una página en blanco que poco a poco empieza a dictarte aquello que quiere que grabes en su piel.

Vuelvo a ser una golondrina rezagada que atraviesa tempestades; un brote diminuto que resiste el paso de un huracán; alguien que aún sale a la lucha sabiendo que todo está perdido, pero que hay derrotas que saben mejor que la victoria cuando estás decidido a morir mordiendo.

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