miércoles, 27 de noviembre de 2013

AFILANDO COLMILLOS

Llega un momento en el que empiezas a pensar en los posibles lugares donde florecerá el cáncer que acabará contigo. En el miedo a terminar siendo un abuelo mendigo con cuatro duros en la cuenta de ahorros con un poco de suerte.
 
Y el mayor miedo, ahora como hace ya tanto tiempo no es la página en blanco, sino la ausencia de una página.

No me gusto a mí mismo cuando no escribo, cuando no dibujo, cuando no me cuento algo.  Pero cuando tengo la mirada de aquel que dejó plantado al demonio en el cruce de caminos, cuando olvido que tengo una bandeja de entrada y dejo de esperar mensajes como quien espera a un tren en una estación de vía muerta, me reconozco y me reencuentro y me siento invencible.

Es como regresar del infierno con  el escudo a la espalda después de aprender a sonreír como quien muerde una bala. Recordar abyecciones pasadas y anotar mentalmente que una vez más mi ángel de la guarda estuvo haciendo horas extras y se merece un aumento de sueldo.

Y volver sacar la novela del cajón, y atormento el papel, dibujo, garabateo, borro y vuelvo a dibujar, porque aunque no pedí estar maldito con esta bendición, no hay droga más dura que la de encontrar tu verdadera pasión. No existe nada como quedarse absorto ante un lienzo que no se deja domeñar pero que poco a poco nos va desvelando lo que se resiste a entregar como una stripper cuyo liguero vas llenando de billetes o arrancarle una historia a una página en blanco que poco a poco empieza a dictarte aquello que quiere que grabes en su piel.

Vuelvo a ser una golondrina rezagada que atraviesa tempestades; un brote diminuto que resiste el paso de un huracán; alguien que aún sale a la lucha sabiendo que todo está perdido, pero que hay derrotas que saben mejor que la victoria cuando estás decidido a morir mordiendo.

viernes, 22 de noviembre de 2013

THIS TIME BABY I WILL BE BULLETPROOF

Esta mañana, camino del trabajo, mi andar cotidiano se vió asaltado por un tifón de aromas de laca, pelo tostado y perfume barato que emanaba de la puerta entreabierta de un salón de belleza.  Eran dos peluqueritas -una más mona que la otra aunque la otra estaba mucho más fornida y maniobrable- que hablaban de cosas de peluqueras monas y fornidas aferradas a sendos vasos de café con leche y cigarrillos manchados de carmín. Mientras, dentro del local vacío,  Laroux comunicaba al mundo su decisión de ser inmune a las balas en una radio puesta a todo volumen, y van a ser ya siete horas que estoy con la canción en la mente y no se me va de la cabeza.

En inglés este fenómeno se denomina earworm; gusano auditivo.  Afortunada metáfora, porque es la sensación exacta que se tiene cuando se es víctima de una posesión sonora. Tener una canción metida en la cabeza es como si un bicho molesto y repugnante te hubiese entrado por el meato acústico externo para establecerse en tu mente a perpetuidad. Es como el vecino molesto que no puedes evitar. Como ese insoportable comercial a puerta fría que interrumpe tus mejores momentos para hablarte de pólizas de seguros. Como ese empleado de vaya uno a saber qué oenegé que te interrumpe en plena calle con fingido buenhumor. Sea una buena o una mala canción, cuando un gusano auditivo ha decidido entrar en tí, no existe fuerza humana o divina que pueda franquearle el paso.

 El ciclo vital de estos engendros sonoros dura un par de horas o un día como mucho. Entran por tus oídos los tengas o no tapados y se alimentan de tus pensamientos como un parásito que chupa tus jugos y esencias con obscena fruición hasta reventar de hartazgo.Si la canción es buena o medianamente potable no resulta demasiado traumático; pero si te toca la china y se te pega algún bodrio que Dios nos coja confesados. No importa lo que hagas para dejar de tararear la cancioncita de marras no te dejará en paz aunque finjas que no te importa. En estos casos lo más aconsejable es entrar urgentemente al primer locutorio que encuentres y zambullirte en youtube para escuchar esa canción que tanto te atormenta. He comprobado accidentalmente que el único exorcismo efectivo contra un gusano auditivo consiste en enfrentarlo consigo mismo. Es como un monstruo que huye aterrado tras mirarse en un espejo y nadie sabe adónde va. Supongo que ataca a otro anfitrión involuntario que se verá obligado a soportar una mala canción resonando en su mente durante horas sin fin. Pero ese es un misterio que no me interesa resolver. No me interesa saber adónde van a parar los gusanos auditivos. Lo único que me importa es que no regresen. 

Afortunadamente Laroux me gusta, y las dos peluqueritas de esta mañana me hicieron gracia ( una más que la otra he de añadir)  de modo que si esta vez me ha tocado la fortuna de no tener que lidiar con un gusano auditivo particularmente repugnante, no tengo reparo en pasarme todo el día cantando aquello de:

This time baby I´ll beee bulleeeeeeetproof.

http://youtu.be/NQdC7h609k8