martes, 29 de diciembre de 2009

DE REGRESO

Vuelvo a Barcelona despues de semanas de brumas matinales, bandadas de cuervos y bosques germánicos. Regreso acostumbrado a buscar la "y" donde esta la "z" en el teclado y viceversa.

Estos días han sido difíciles y tristes. Si afuera moríamos de frío, adentro moríamos de soledad compartida, y a mi alrededor el mobiliario de la familia crecía y se hacía cada vez más asfixiante alrededor de un árbol de Navidad cargado de preocupaciones. Parecía un trip de ácido, con los niños jugando en el salón, y todos esos hombres de camisas planchadas y mujeres de rostros de esfinge conversando en la cocina, en los pasillos, en el salón. He perdido la cuenta de cuántos monólogos sostuve con mi reflejo en el espejo del lavabo.

Una mañana salí a pasear por el bosque con mi hijo, cuando repentinamente saltó una liebre desde la espesura, cruzó el camino corriendo desesperada, y dos segundos después, salieron dos mastines por el mismo lugar.

Escuché a un ucraniano de larga barba cantando canciones de su tierra y santiguándose a la manera ortodoxa después de cada canción.

Me estoy dejando barba y bigotes. Y que el pelo crezca hasta donde quiera.

A mi león interior tienen que volver a crecerle las garras.

Y de regreso, aviones, trenes, buses y vagones de metro.
Me encanta viajar. Esta sensación de movimiento es lo mejor que hay.
Ir del punto A al punto B en línea recta.
De regreso a Barcelona, lo primero que me dió la sensación de que había regresado fué el mal aliento del ejecutivo catalán que tenía sentado a mi lado.
Es una cepa bacteriana bucal que se ha convertido para mí en la nota de cata de la conversación de los cuarentones. Hombres de negocios, fumadores empedernidos, demasiado ocupados como para lavarse los dientes más que dos veces al día, con calvas resplandecientes cubiertas por cuatro pelos peinados de traves, tensos almuerzos dominicales en los que todo el mundo habla de negocios, politica y finanzas, y malhumorados desembolsos mensuales a los empleados, al banco, a telefónica a la empresa de seguridad y a la amante de alquiler contra quien aprieta su enorme vientre de sapo miope antes de irse al bar a hacer unas partidas con los amigos con un puro entre los dientes y la mente puesta en el partido y la quiniela.

En fin, que no hay nada como el hogar.

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