Echo de menos tocar el acordeón. Y con lo que valen, la nostalgia me durará mucho tiempo.
Me encuentro con el fantasma de mi Hohner cuando miro las cosas por el rabillo del ojo, y lo veo ahí con sus botones blancos y la correa negra y gastada, el forro de celulosa con brillos y las ranuras de latón por donde respiraba.
¿En qué estaría pensando cuando lo maté de una manera tan estúpida?
La respuesta es sencilla: no estaba pensando.
Y ahora me va a costar mucho encontrar un nuevo acordeón.
Hay un argentino en la esquina que tiene uno y lo toca, y me lo encuentro cada vez que voy a comprar pan, y el tío no tiene ni la menor idea de cómo tocarlo. Intenta tocar el Starman de David Bowie y lo hace de pena.
Hoy estoy triste. Y no es porque es lunes.
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