La primera vez que ví
la Cúpula Venus, supe inmediatamente que si no me daba prisa en regresar, sería
también la última.
Parecía imposible,
dados los tiempos que corren, que un lugar como el Club de billar Monforte no
tuviera los días contados. Debo de haber ido ahí entre unas diez o veinte veces
y habría diez o veinte veces más. Sin embargo, en las últimas tres excursiones que
hice a la Rambla baja, me encontré con las puertas cerradas.
“Normal- pensé- el
abuelo estará de vacaciones y regresará la semana que viene”, aunque también cabía la posibilidad de una
jubilación, una enfermedad, una defunción o que el club echara el cierre para
que algún gilipollas pusiera un H&M.
Este año ya pasó otro tanto con la librería Canuda y la Documenta está
en capilla, pero es algo que nunca había pasado antes con un club de billar.
Si las cosas se
hicieran con la milenaria sapiencia china para el traspaso de bares, no habría
problema. En un bar de chinos, los parroquianos son los mismos de antes y los borrachitos
son los de siempre. Los únicos cambios son un calendario chino en la pared y una
camarera oriental que en más de una ocasión ha despertado al seductor ibérico que
muchos abueletes llevan dentro.
Ajeno al trajín de la
rambla baja, el Monforte era un remanso de paz donde hasta los meaderos tenían
personalidad. Unos gigantescos orinales modernistas con baldosas para poner los
pies y aliviarse como todo un señor. Cuando jugaba el Barca, todas las mesas de
billar estaban ocupadas. Los pakistaníes elegían siempre la misma mesa cerca de
la ventana, para fumar cigarrillos y disfrutar del fresco. A menudo venía un americano de brazos tatuados
que cogía la mesa del centro y hacía tiros imposibles y los viernes siempre
caía alguna feroz estudiante de la Massana encaramada en creepers de doble
suela y seguida por su bonito ligue británico o noruego para jugar al ping pong. A veces se estaba tan bien ahi que hasta la
voz de Rihanna tenia clase, ya que lo único malo del Monforte era la estacion
de radio que elegían las noches de partido.
En tardes de resaca o
angustia existencial, la cúpula Venus era un búnker contra el mundo exterior,
aunque por la ventana abierta se colara la discusión de dos vecinas rumanas que
hacían gala de su enciclopédico conocimiento de obscenidades en castellano para
disfrute del barrio en pleno.
Y ahí estaba el jefe, cocinando los bocadillos
sin prisa. Dándote las cajas de bolas y los tacos doblado por el uso,
pidiéndote el DNI que te devolvía al terminar la partida. Ir al Monforte era
como visitar a un pariente querido y achacoso al que recuerdas en tus oraciones
antes de irte a dormir.
Y un mal día, el
Monforte echó el cierre.
No es la primera vez
que pierdo una sala de billar. La última fué la Violeta, donde además de
billares habían como tres o cuatro espléndidos futbolines de modelo catalán que
te daban algo así como ocho partidas por Euro. Poco después, con la
remodelación, se olvidaron de la parte más genuina del lugar, y ahora esos billares
y futbolines sólo pueden verse fugazmente en una secuencia de la película “Salvador”
por culpa de algún imbécil que decidió convertir el lugar en un remedo de
guardería donde hasta los niños se aburren.
De la cada vez más
pija, cultureta, gafapástica y lindyhopera Vila de Gràcia ya nada me sorprende.
Pero me duele ver cómo desaparece esa Rambla canalla de corazón de oro. Se
elimina a los pajareros, se ignora a los floristas, se margina a las estatuas
humanas y se estandardiza a los pintores. Me da la impresión de que algo muy
bello y muy querido se nos va y se nos va para siempre y demasiado aprisa. Ya
lo dijo Sisa en su momento. Las Ramblas ya no existen, y desde que el Monforte
se fué, existen aún menos que antes. Aunque todavía están el Cazalla y el Bar
Pastís, aunque a este ultimo da miedo ir porque parece que al dueño le ofende
la presencia de cualquiera que entre por la puerta.
Poco después del
cierre del Monforte, me enteré de que habian vuelto a abrir el club en La Sagrera.
No tiene Cúpula Venus ni meaderos modernistas, pero ahí están los amigos. El
abuelo sigue poniendo las bebidas con la calma de siempre y mi hijo y yo caemos
ahí los viernes por la tarde.
Que Barcelona se está
yendo a la mierda junto a toda la península ibérica con o sin consulta
independentista no es ninguna novedad. Que el billar es simple, y a las cosas
simples las devora el tiempo es verdad de perogrullo...
Pero que el Monforte
sigue en pie es una buena noticia de las que escasean. Así que, parafraseando
al hermano menor de Mafalda, supongo que todavia “Se puede vivir” porque si el Monforte resiste, yo también
puedo hacerlo.